La Mamá de Allí y su pretendiente





Respecto a su madre. Tenía recientemente un pretendiente. Por la mañana, nada más despertarse pensó que aquel tipo forzudo había sido quien la había cogido en brazos y la había metido en la choza. Por eso cuando dijo “¿No habrá sido ese?” Su madre le había contestado con lo de “¿Quién si no yo? Niña estúpida” Porque a ella no le gustaba aquel tipo gordo.
   El día anterior, que fue viernes, su madre le había gritado mucho. “¡Me tienes harta!” “¡No me ayudas nada! Todo era culpa de ella. Pero ¿Quién se encargaba de recoger los pocos restos de la comida para dárselos a las gallinas? Y ¿Quién era la que tenía que ir a buscar cada atardecer la leña para el fuego, para tener un poco de luz y calor a la noche? La abuela era quien cuidaba el hogar; pero también estaba en cima de ella: “Faltan palos” decía, y ya la veías a ella tener que ir a buscar cualquier cosa con la que prender el pequeño fuego, ese que arde tan lentamente y parsimonioso cuando está a cargo la abuela. Ni suena, ni crepita, ni calienta.

  Era mentira que no hubiera leña, era mentira que ella no ayudara. Todo había sido porque el pretendiente había regresado. El pretendiente era fuerte y grande, alto como los otros hombres que ella ya no veía nunca; pero por lo que se acordaba casi todos eran más altos que ella… Y él, el pretendiente de su madre era todavía más grande de anchura, y más gordo de lo normal. Tenía la piel casi clara porque había estado varios años en Europa, y también más tirante y fuerte la barbilla, conservaba todos los dientes. Mamá quería quedarse sola con él. Por eso luego se enfadaba si no le daba tiempo de hacer todo lo que tenía que hacer. Aquel tipo la distraía mucho. Pero era casi rico. Había estado en Europa trabajando casi diez años. Y luego al volver, había comprado campos, y plantado chufas para proveer una fábrica de horchata que tenía en la ciudad. La bebida era dulce y buena. Nunca, antes, ninguna persona de su país había probado horchata anteriormente. Por eso se atrevió incluso a ponerle otro nombre al refresco, tan exquisito, blanco y tónico, y dulce, pero fresco, muy dulce… Y bautizó a la horchata aquel hombre atrevido, con el nombre de Leche de África.

   

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