Allí recuerda a su tío y a sus primos





En su casa no había hombres. Si ella, o cualquiera de sus hermanos se quedaba dormida fuera del catre, era su madre siempre quien los llevaba a la cama.

   La  joven niña no podía ver una sola muñeca de las que dejaban por ahí tiradas sus hermanas pequeñas, o las niñas de los vecinos, todas blancas curiosamente, no podía verlas tiradas, desnudas. A ella no le gustaban las muñecas; perecían lo que eran: cuerpos sin vida: Pero cuando veía asomando una cabeza con la cabellera entremezclada con la tierra de la calle, o unas extremidades rígidas y desnudas con unos ojos tiesos azules mirándola fijamente, tenía entonces que recoger al muñeco en su regazo, hacerle un arrebujo con un trozo de tela vieja, y con unas cuantas hojas y flores de olea hacerles una cuna.
   No. En su casa no había hombres. Pero por lo menos había mujeres para cuidar a los niños. En otras casas tampoco había madres, sólo abuelas con niños de piernitas muy delgadas y vientres hinchados a su cuidado, niños y niñas sucios y con muy mala pinta. 

    En el pueblo no había hombres casi, se repetía Allí. Y su cabeza no paraba. A veces había fenómenos que la inquietaban tanto que hasta dormida le daban vueltas en el pensamiento… Su abuelo, y su padre habían muerto. Y los jóvenes, sus dos primos mayores emigraron detrás de Comboni, su tío el menor. Ninguno de ellos había podido regresar aún. Además, Comboni tardaría en volver. No tuvo suerte. Y en España se confundieron de destino cuando le dijeron que aquel avión le llevaría de vuelta a su país. ¡Cómo no iba a estar amargada la abuela! Comboni era su preferido. Y todos esperaban que tarde o temprano volviera como salvador de la familia.

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