Hay barquitos de vela
surcando las olas del mar
el filtro de la calima
tamiza la luz solar.
Formas de bañistas
expontaneos, formas nítidas
tragan un kilo de sal.
Hay niños.

Monjas
de mentalidad aireada
recorren de punta a punta
la orilla de la playa.
Mi madre me dice pudorosa:
No son monjas,
son hermanas.

La menopausia agresiva
induce a quien entrada en carnes
enseña lo hasta ahora
nunca visto.
Veo correr a los niños.

Meninas mojigatas
dispuestas al sacrificio
por la libertad,
bisexuales
lesbianas,
descubren sus pechos colorados
y algunas negros.
Los niños vienen y van.

Abuelos
complacientes con sus nietos
dejan colgando ese peso
una hernia entre las patas
de sus bañadores anchos.
Y vete a coger al niño
que le está echando en la cara
toda la arena a la inglesa.
La inglesa se ríe
y se enamora el niño.

La abuela muy gorda,
muy morena,
muy teñida la  melena,
mira hacia otra parte
tras sus gafas negras.
Y tras sus gafas de espejo
la tía hojea una revista.
La madre del niño
no está.

Un señor de pelo blanco
lee un periódico
detrás de un parapeto.
Grises cuerpos seniles
se vuelven bayos
brillando
al reflejo de las olas
efervescentes, salinas.
El niño ahora llora.

¡Oh verde aguamarina!
Se busca la salud
y la quietud.
Un griterío de niños
se extiende en la mar
saltando sobre la espuma
salpican los niños
espantosos sustos
de agua fría muy fría.
Es mediodía.
Algunos viejos escarban la arena
y la esquilman de chirlas.
El niño ahora ríe.

Solteras entradas en años
y viudas aburguesadas
apretadas en bañadores de marca
delgadas tostadas
resecas y agrietadas
regresan de su paseo
enérgico y kilométrico
de la mañana.
_ ¡¿Donde está el niño?!
¡Por Dios!

Llevan algunas mujeres
el pelo mojado
de un chapuzón chapucero.

Jubiladas ágiles y adineradas
juegan a las palas.

Solterones de buena talla
y flacidez notable
cuando rondan los cuarenta
caen en la cuenta
de que en la playa es posible
dentro de lo inverosímil
pillar a la que siendo rica
es solitaria sin perro.

Solterones de buena talla
con la espalda algo encorvada
cuando rondan los cincuenta
se conforman con mirar
sin renunciar a soñar.
Al niño le están buscando
todos los socorristas.

                                      (continuará)




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